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Las calles desiertas de Madrid se ensanchan para dejarme paso a mí y a mi bicicleta. La madrugada es generosa pero nunca hace favores gratuitamente, no siento los dedos y tampoco las orejas... Pero me da igual, era justo lo que necesitaba: sentir la libertad en forma de velocidad, aunque el frío golpee mi rostro.
2 comentarios:
Me encanta esa sensación...
Sí, es genial.
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